lunes, 21 de diciembre de 2009

Un día en los Milenios

El día comienza a las 10 de la mañana. Estoy en la sala de un departamento. Cubierto con las mantas que cubren los sillones. Después de levantarme y desayunar me preparo para salir. Nos dividimos las maletas y nos hacemos a la calle. Llegamos al metro y la sensación de desaparecer entre la gente se esfuma porque no hay multitud. Hablamos de algunas cosas que pasan en México y algunas de las cosas que pasan en Uruguay. Por ejemplo que ha ganado el partido de la izquierda y que el nuevo presidente es José Mujica. Que en México han matado al jefe de jefes, Arturo Beltrán, y rio porque recuerdo la canción de los tigres del norte, que en dos y trecientos metros levanto las avionetas... pero el asunto es serio y las preguntas me asaltan ¿Qué hacen los de la marina en Cuernavaca? ¿Cómo afecta este tipo de enfrentamientos en el comportamiento que tomará el narco con la población civil? ¿El gobierno se ha puesto a pensar en esto antes de lanzar su campaña mediática en la lucha contra el narcotráfico? Y al mismo tiempo me pregunto ¿Qué cambios hará el presidente de izquierda en Uruguay? ¿Qué cambios necesita Uruguay? ¿Qué hubiese pasado si Obrador gana las elecciones? Y recuerdo que alguna vez me comentabas que estos problemas sociales son ajenos al Uruguay, narcotráfico si pero pues no es mucho no a la escala en la que se tiene en México o que se tuvo en Colombia. Estamos en Hotel de Ville bajamos en Bellecour para tomar la línea azul y llegar a Partdieu. La gente lleva invariablemente los mismos colores negro, gris, botas de 200 euros, falda corta, medias negras, saco de lana con cortes a la moda, el peinado hacia un lado, la cara fina, los modos y las miradas tan suavemente punzantes ¿Dónde diablos han aprendido eso? y depronto en ese mundo aparentemente perfecto, como una voz venida de lejos, como venida de la realidad, se escucha una mujer cantando y una niña haciendo una segunda voz, más tenue casi inaudible, lleva la cabeza cubierta y tienen una falda que le llega hasta los tobillos, una falda desgastada y la niña tiene un bote y haciendo esfuerzos para mantener el equilibrio se pasea por el vagón del metro pidiendo unos centavos de euro y la "gente" las observa como si fuesen animales exóticos, como si no pudieran dar crédito a lo que ven y nadie da un centavo. Bajamos del metro y nos encaminamos a la vía donde está el tren que debes tomar. Faltan cinco minutos para la hora de partida, la mayoría de la gente ya está dentro del tren. Acomodamos las cosas en el porta equipajes, se escucha el silbato del vigilante y bajo del vagón a brincos. En el pasillo me quedo viendo el punto de fuga de las vías y cables y comienzo a caminar. A lo lejos escucho un: Vlados... atenuado por la nieve, volteo y observo como agitas la mano a lo lejos. Vuelve a sonar el silbato, las puertas se cierran y el tren comienza a hacerse pequeño. Mientras, los copos de nieve caen en mi cara y llega a mi cabeza esta frase: supongo que he encontrado una amiga que jamás volveré a ver.

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