viernes, 2 de octubre de 2015

Estoy enfermo de envidia

Estoy enfermo de envidia,
ya sabes, seguramente te ha pasado,
me duelen mis logros y mis tristezas,
mis experiencias no saben bien, 
Todas como insípidas.

Además siento indigestión, en ocasiones,
lo que hago me da diarrea y gases, 
y envidio las vidas de otras personas.

Me enveneno comparándome, 
así, veo, platico, escucho de alguien 
y siento que soy mejor, que sé más, 
pero me entristece percibir mi autoengaño.

Mi ego, miente terriblemente; 
cómo me libero de él, cómo lo mato, 
que no me importe si soy basura,

o empresario, o científico, o intelectual, o artista, o maestro, o fotógrafo
o que si viajé, o que si soy el number one, o que tengo títulos, 
o que soy el más guapo del edificio, o si soy nada,
o que leí mil libros y que sé todo de política, economía, historia, artes y demás saberes.

Quiero matar mi ego de un plomazo, así ¡Pum! Y liberarme. 
Tristemente no es así de fácil, 
hay que aprender a olvidarnos de nosotros
es decir de nuestros egos, eso es complicado, aburrido y tedioso. ni modo.

miércoles, 30 de septiembre de 2015

Huasteca te amo III

Vicente un poco lejos de la plaza escuchaba con los ojos cerrados las composiciones que ofrecían los huapangueros Hidalguenses, nada mal, pensaba, nada mal. Trataba de adivinar que notas seguirían y se imaginaba tocando el violín y pensaba que lo que él haría sería dejar de torturarlo tanto, es decir hacer más suaves las arqueadas pero sin perder la fuerza, para que el sonido saliera menos tenso, más natural, sentir más al violín. Un viejo sentado en una tamalería al otro lado de la calle lo observaba. Con calma degustaba un sacahuil entero. Tenía su guitarra quinta en la espalda sujetada con un cinturón  gastado de ayate de henequén y piel. Sombrero de palma gastado del ala, pantalones y camisa de manta, sucios y gastados, huarines de tiras gruesas y grades envolvían sus pies maltratados.

Terminó de comer su sacahuil, se levantó con calma, pago con una moneda de plata y avanzó lentamente hacia Vicente. Éste seguía con los ojos cerrados reconociendo las notas y tratando de entender las composiciones. El Hombre se acercó se plantó enfrente de él y le preguntó por su violín, le dijo que le dejara ver qué tipo de violín tenía, que no quería correr riesgos. Vicente le comentó que perdiera cuidado que era un violín sencillo, que no resonaría más allá del mundo de los vivos. Pero que le preocupaba más la guitarra quinta que traía el anciano, podría ser aún más peligrosa. No hay problema de perder los sentimientos, contestó el anciano de  huarines gruesos, ya no construyen instrumentos así, llegan a sensibilizar a las personas pero no van más allá. El sonido es algo que ya perdió fuerza en este mundo, se está haciendo más monótono y vulgar, el ruido de tráfico, los ruidos de máquinas, los ruidos de las grúas, los ruidos humanos, producidos por humanos y máquinas y herramientas inventadas por ellos. No son sonidos hechos por la naturaleza, los crearon y ahora hay que aprender a sufrirlos. Deberías preocuparte más por esos sonidos, que por los sonidos de mi guitarra quinta. Hablas de los humanos como si no lo fueras contestó Vicente. Y no lo soy, repuso el anciano de huarines gruesos, vine para escucharte, me gustan esos valses que compusiste, son poderosos. Supongo que ya sabes que ese violín tuyo no tiene madera para aguantarlos, entiendo porque lo haces y lo respeto.  Vicente examinaba al anciano, su pelo blanco descuidado, sus manos fuertes callosas, su voz grave prudente, su cuerpo no parecía viejo, vio con curiosidad sus pies de andares largos, maltratados grandes y ligeros. Un anciano singular y ciertamente fuera de este mundo. Soy uno de los pocos espíritus que habitamos en las serranías, la gente ha ido perdiendo su fe en nosotros y muchos han desaparecido.

He venido a cuidar de ti, tú sin saberlo has compuesto unos valses huastecos que pueden ser usados para bien o para mal, tu composición está incompleta pues solo las haz escrito las partituras para violín, sin embargo te faltan las partituras para la guitarra quinta y la Jarana. Además aún no tienes la madurez y la técnica suficiente para interpretar esas melodías, pero haz compuesto con maestría esta música. Hay una anciana, que viste falda de lana negra y blusa de manta con bordados de cempaxúchitl, ella trae una Jarana muy especial, hecha por una mano fina de laudero brujo nacido en Santecomapan, crecido en Tlacotalpan, una jarana con esencia sonera pero hecha para el huapango, el artesano creó un vínculo con el instrumento que muchas personas lo confunden con un embrujo. Y que esta anciana, por llamarla de un modo, sabe entender y controlar el instrumento. El cuerpo está hecho de caoba  de una pieza y de ébano el puente, incrustaciones de nácar dan forma al serpenteo del Papaloapan. Ella puede enseñarte a madurar tu sentimiento y tu técnica. Tú entiendes ese verde profundo, ese azul intenso, ese negro estrellado, ese silencio tejido, ese rumor de los ríos, el estruendo de las tormentas, las neblinas, las piedras y sabes cómo transformarlo en melodías que pueden sanar el alma, si se usan bien.

El anciano de huarines gruesos se levantó de pronto y dijo a vicente con voz firme, huapanguero te dejo y me voy sin preocupaciones. Vicente hizo un movimiento para detenerlo pero al instante sintió una palmada en la espalda, el viejo se desvaneció mientras caminaba por empedrado. Vicente volteó el cuerpo y vio unos ojos relucientes, pensó en los luceros y el infinito, los pies le temblaron.  Una voz fuerte pero matizada llegaba de lejos, y el centelleo de esos ojos de bruja le confundió el espíritu. Una anciana de cuerpo fuerte le habló y el cómo regresando de mareo, el sonido fue llenando sus oídos y su cuerpo recuperaba su fuerza. Tus valses desvelan tu amor y tu tristeza, no tienes por qué forzar más  el sentimiento, no hay que exagerarlo, es sutil y poderoso por naturaleza. Hoy cuando te subas a convidar tu música recuerda eso. Vicente se quedó con la pregunta en el aire, pues vio desaparecer a la anciana con una sonrisa de media luna y sus ojos de brillo singular.
Vicente se dio cuenta que a pesar de estar un poco lejos de la plaza el sonido había desaparecido por completo, las personas pasaban sin notar su presencia y que al desaparecer los dos ancianos, lentamente regresó al mundo de los humanos como si traspasara una gasa que lo separaba de los dos lugares. Se sentó un momento a recapitular lo que acababa de pasar y no pudo sacar una idea clara. Quiénes eran esos ancianos, espíritus o lo que sea que fueran, cuál era realmente su propósito, por qué traían instrumentos tan finos y tan vivos, cómo es que han escuchado mis valses y los entienden mejor de lo que yo puedo ver, además cómo completar la composición para los tres instrumentos. Su mente estaba llena de preguntas, y pensó que el papá de Dolores era un viejo de madera fina, que había leído bien profundidad de esta música, pues efectivamente sus valses atrajeron espíritus que le cambiaron su destino, o al menos el destino que él tenía pensado.
Se dio cuenta de que era ya tarde para regresar a casa, y que volver a su pueblo ya era peligroso, también se dio cuenta de que no se sentía con ánimos de tocar sus valses, sentía mucha hambre y escalofríos le recorrían el cuerpo, sin fuerza caminó hasta la misma tienda de donde había salido el anciano de guarines gruesos y pidió un Sacahuil y café. Pensó en Dolores y en sus pies, le gustaba mucho su forma, suaves, ligeros, fuertes, los imaginó andar por las veredas, las cañadas, mojarse en el río.

Terminó de comer y se quedó dormido de cansancio en la mesa. Mientras dormía un extraño con una cabeza muy grande se acercó y puso unas gotas en sus labios. Pasaron unas horas, la dueña de la tienda de tamales  le dio unos golpecitos y lo corrió.

Sin saber cómo Vicente se acercó al escenario tomó su violín y comenzó a tocar sus valses, la gente enmudeció, un viento fresco y fuerte con fragancia de flor de huele de noche corrió por las calles. Se formó un silencio como si todo callara, una jarana acompañó la melodía, enseguida el sonido de la guitarra quinta se escuchó por otro lado, y todo parecía como si la música saliera de la atmósfera misma, suave, penetrante, hipnótica. Vicente sin seguir dándose cuenta de lo que pasaba pues había entrado en un trance, quizá su mente lo llevara por los elementos de la sierra, quizá entrara en ese mundo espiritual, quizá simplemente sentía una energía que tomaba posesión de él, no sabemos, pero él escapaba con esos valses huastecos. El sonido de los otros instrumentos acentuaron su ligereza y pasó entre arqueada y arqueada a soltar sentimientos en las notas, había de todo tipo de sentimientos, alegres, tristes, de enojo, de calma, indecisos, misteriosos, indefinidos, de miedo, de amistad, de amor, de traición, de sacrificio, como si estuviera buscando ese sentimiento que estaba en el rincón de una biblioteca en las líneas de un libro polvoso, o en la historia de una anciana derrotada por la vida, sentada en una calleja esperando su destino. La gente comenzó a tener un poco de miedo, porque no sabían que pasaba con ellos, con ese silencio extraordinario y ese sonido tan envolvente, pero sobretodo no sabían que pasaba con sus sentimientos, no sabían que sentían, y comenzaban a llorar, a reír, a gritar, a correr. Hubo un momento de histeria colectiva. La jarana y la guitarra quinta pararon inmediatamente, y el viejo de huarines anchos, se abrió paso entre la multitud, caminó como un espectro entre la gente subió al escenario y le dio un golpecito en la frente a Vicente. El huapanguero despertó y la anciana con blusa de cempaxúchitl bordados comenzó a tocar otra melodía, mezcla de son veracruzano y huapango. La gente regresó también de su hipnosis, las notas de la anciana los tranquilizaba y les inyectaba una paz que se les subía por el cuerpo con un hormigueo. El anciano de huarines anchos tomó al huapanguero y lo sacó del escenario, lo condujo al kiosko y le dio a tomar una bebida de hierbas. ¿Ahora entiendes por qué son peligrosos esos valses? No pude controlar mi cuerpo y tampoco mis sentimientos, mis emociones salían no sé de donde, y se me escapaban. Perdiste el control del cuerpo porque alguien te poseyó.

lunes, 14 de septiembre de 2015

Blue Calico y como me puso en movimiento el fin del invierno.

Hace medio año que colaboro con la That's Zhejiang. Fue precisamente a finales de invierno, habíamos sobrevivido como el bambú, el ciruelo y el pino. Hacía ya un tiempo que la revista anunciaba que necesitaba colaboradores y yo pensé, pues ya tengo fotos de China porqué no. Envíe un email, presentándome y poniendo mi fotofolio de Flickr, respondieron que enviara un foto-ensayo y tarde en hacerlo, de hecho no fue sino hasta que fuimos a las oficinas de la revista a recoger unos boletos para un concierto, que conocimos a ese excéntrico inglés de pelos blancos, piel blanca enferma, que tiene  una banda que quiero escuchar, porque según dicen son outstanding. Moviendo la cabeza como el tipo de El mundo según Wayne, con su gorra y una chamarra de mezclilla de los ochenta, me dijo que si vio mi mail, pero por qué no me enviaste el foto-ensayo, le dije que no sabía que es lo que andaba buscando la revista, e hizo una mueca, well anything related with Zhejiang you know, landscapes, towns, products any idea is fine. La verdad es que andaba entumido por el invierno y en mi procastinación no había sacado fuerzas para preparar Blue Calico que ya tenía en mente. Fue en ese momento, en esa conversación de 10 mins que me llegaron las fuerzas, me contagié de energía, o, como siempre pasa mi cerebro que va más rápido que mi entender, me dio pila para mandar la serie porque entendía que toda mi foto en China y ciertamente mi foto en general tomaba sentido y dirección. Salimos de ahí y nos agarró la lluvia, después creo que nos metimos a un coreano porque no habíamos comido, y después a andar por las tiendas de la Puerta de Wulin. Tenía ya en mi libretita, tres posibles ensayos y las posibles fotos, así que me puse a ajustarlas. Fue así como me di cuenta que muchas de las fotos que había tomado no eran de la calidad que esperaba, y que fueron etapas en las que hacía fotos decentes y fotos para pasar el rato. En ese análisis y revisión me puse más exigente y fue evidente que a mi foto le faltaba algo cuando no me gustaba y que tenía ese algo cuando me llamaban la atención. En fin mientras buscaba las fotos me di cuenta que hubo dos etapas que saque buenas fotos de las telas azules bloqueadas con cera, así logré sacar el Blue Calico, lo envíe y David me respondió positivamente. Vlad, on first impressions it looks like the kind of thing we are looking for...  Loved your photo-essay and we'll be using it for next month's magazine... If you are interested, the Alternate Visions section is looking for a new face, and I think you'd be a perfect replacement. Así que hice el take-over y me hice cargo de la sección. Me puse a trabajar en varios temas y muchos se quedaron en la libretita apuntados.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Serie - memorias de espiral

Y levantaron la cara y sonrieron, les enseñé la foto y movieron la cabeza, izquierda a derecha, afirmación, hari dijeron y volvieron a sonreír. 


martes, 8 de septiembre de 2015

Una litografia interminable

Cuando tomas el tren, el camión normal o con a/c y te alejas de Colombo, pienso que es como un viaje por el Edén.  Encuentras verdes en todos sus tonos, hasta los que no pensaste que fueran naturales. Luego aparecen ríos por aquí, por allá, de la nada, de todos lados, se van juntando y van haciendose más y más grandes y fuertes, y luego bajan hasta el océano, donde descubres, el azul en todos sus tonos, y que todas sus mareas rodean la isla. Los cielos intensos y negros manchados de incontables motas centelleantes y de esos bichos que brillan en la noche que tienen el delicado nombre de luciérnagas deleitan los ojos. Nubes de todas formas, tamaños y texturas, blancos en todos sus tonos te transportan quizá allá a esos palacios divinos a los que todas las religiones llaman paraísos. A veces el paisaje me recuerda esas pinturas o litografías de esos países inexistentes que traían las enciclopedias, imaginarios. A veces me recuerda a la Sierra. Árboles enormes, viejos, intimidantes, históricos. Montañas y cerros tras cerros, acompañados con té por supuesto, sabores naturales, complejos, históricos. Aromas fragantes, embriagantes, dulces, nocturnos, diurnos, intensos, complejos. La luz entre mediterránea y surreal. Y por supuesto los Tamil en los campos de té recolectando hojas, porque por la tarde pasará el capataz, o los compradores, con sus básculas a pesar los bultos. Y ellos con sus manos fuertes y su sonrisa enérgica, te miran con esos ojos de petróleo, de oxidiana, y esa piel no de ébano sino de teca, dura resistente morena, oscura, y ese pelo negro trenzado, grueso y su frente rematada con su bindi, misterioso, psíquico.

jueves, 27 de agosto de 2015

Kotadeniyawa

Llegamos a Pettah cerca de las tres de la tarde, preguntamos y encontramos el camión, la parada del bus número cinco, rojo, de esos que van parando cada tres minutos. Tardamos dos horas y media en llegar. El sol ya se ponía con un rojo magenta, palmeras altas nos rodeaban y formaban el paisaje, Govinda después nos diría que tienen más de 70 años y Siva lo confirmaría. Árboles sabios, magníficos, el coco tan vital para este país y tan desperdiciado en México. Nos perdimos pero conocimos a Danuka, a su madre y a su hermana con la que después iríamos al río a bañarnos y nos comentaría que el próximo año se va a casar con un chico que trabaja con caballos en Dubai. Dubai is very nice, a lot of big building, very nice, nos dice con una sonrisa de media luna. En fin Danuka y su madre nos llevaron a la plantación con Feisal y Jane. Abrimos la reja amarilla, y entramos con el tuk tuk, pasamos por árboles de teca, palmeras, mangos, tamarindos y llegamos a su casa holandesa de hace doscientos años. Nos salió a recibir Govinda, moreno, pelo corto, serio,  fuerte, amable 31 años, a los 16 llegó a la plantación, lo trajo su tío. Al llegar a la baranda Jane nos ofreció té, nos sentamos y nos platicó un poco de su vida como fotógrafa y de su vida en la plantación. Siempre con los ojos ceñidos, pensando, hablando como si estuviera escribiendo un cuento o una novela o poesía, o quizá simplemente así es como pasan las cosas, con esas mismas palabras tan bien escogidas.

lunes, 10 de agosto de 2015

Rincones

Cielo intenso,
azul de mar furioso,
nubes pasajeras densas, sin esquinas,
quietas por  aquí, por allá,
en un paisaje interminable.

Las estrellas a lo lejos viven,
luciérnagas humildes sonríen en la noche,
silencio nocturno.

mis párpados tocándose suavemente.
el viento me recuerda la piel,
la espuma brotando en el mar,
felicidad efervescente.

Soledades interminables como el horizonte.


domingo, 9 de agosto de 2015

Contagio de poesía

Nos pregunta constantemente si podemos escribir poesía, aunque nos dice que a ella le aburre. Hoy llegó con otro poema, y todos los días nos lee uno nuevo, pequeño, cotidiano, quizá, pero como ella misma aclara, it's beautiful because it puts you in the image and you can't forget about it. Anyway yesterday she asked me if I can write a poem about my wife's father, and I say I can't because I haven't wrote poetry before. But probably she is right if you think about it, you can say many sensitive and powerful things in a couple of lines.

miércoles, 15 de julio de 2015

Huasteca te amo II

Subió la cuesta con el mismo paso firme y rápido de senderista. Al entrar al pueblo vio como las calles tenían ya mucho alboroto de fiesta. Tiras de papel picado de Huixcolotla adornaban la avenida principal, y unos postes decorados con pino aromatizaban el aire festivo, adornos de cera colgaban entre los postes, que en las noches alumbrarían las calles empedradas. Las puertas de las casas estaban abiertas y en muchas de ellas vendían comida festiva, tamales de pollo en salsa roja, o tamales de frijol con queso envueltos en hoja de plátano, tlacoyos rellenos de arvejón con frijol negro bañados en salsa roja o verde y crema. Había otras casas que vendían semillas, especias, fruta, cacao, café y pimienta. Otras tiendas tenían preparados ya en jarrones licores de frutas, pulque, mezcal y tequila traídos de diversos lugares del país.   
A lo lejos tronaban los cuetones que resonaban por todos los rincones. La iglesia lucía ya una decoración muy minuciosa, elegante y colorida hecha de flores y hojas trenzadas, preparada por los consejos de ancianos de los pueblos vecinos. El palo de los voladores sobresalía por su altura y rica textura, madurez de cedro rojo fragante, y por la exquisita decoración de la carretilla que soportaba a los voladores. Un tronco ceremonioso y ancestral de más de cincuenta metros. Seguramente hubo que dejar una ofrenda magnifica y un compromiso por generaciones para poder tomar el árbol y las lianas que trenzadas sirven de escaleras.
El pueblo estaba de fiesta, se notaba, se sentía y se contagiaba. Vicente entró a una tienda de vinos, acomodó sus cosas, se sentó y pidió una jarra de licor de ciruela para enfriar un poco el cuerpo. Una anciana sentada en una mesa al fondo de la tienda lo observó con atención, llevaba una blusa de manta adornada en los hombros y el pecho con flores de cempaxúchitl bordadas con hilos de seda. Una falda negra de lana con detalles bordados con hilos de lana  roja y azul, e hilos de plata  remataban el dobladillo, sombrero negro de ala mediana. Tenía una jarana al lado, envuelta con un terciopelo negro bordado con una flor de amapola colorada.  Vicente sacó la comida que Dolores le preparó, la extendió en la mesa, lentamente comió, y tomó vino. Mientras tomaba vino cruzó un momento su mirada con los ojos de brillo singular de la anciana que le observaba en silencio sorbiendo pulque en una jícara de huaje roja. Vicente salió del lugar y continúo su camino hacia el atrio de la iglesia.
Estaban reunidos en el atrio los pueblos vecinos, mostraban su respeto y daban su ofrenda con danzas, con música y comida a un santo blanco con alma huasteca y sangre mestiza, como son los dioses en estas tierras mexicanas pero sobretodo en la zona serrana. Vicente había traído cacao de Chiapas para dar como ofrenda al santo del pueblo de los tres corazones, sacó su cacao, lo deposito frente al santo, y pidió por Dolores, su muchacha, pidió porque su corazón pudiera alcanzar paz, y pidió por él, pidió apoyo para encontrar la forma de seguir siendo fuerte ante la venganza.
El interior de la iglesia era ajeno al mundo de los humanos, las velas que dejaban los peregrinos iluminaban pobremente el interior, el humo del copal limitaba aún más la visibilidad, las sombras se movían caóticamente, el pino en el suelo completaba ese olor fresco. Las notas de los músicos que acompañaban a los danzantes entraban y resonaban en las paredes y se disolvían con el humo de la habitación oscura.
El silbido de la flauta y el tambor  anunció el comienzo de la danza de los voladores. La plaza estaba que no cabía un alma más, los demás danzantes se detuvieron a observar como caían poco a poco los voladores en sincronía perfecta. Mientras en lo más alto del troco, sobre la magnífica carretilla danzaba un volador, un viejo poderoso y de movimientos enérgicos, con una mano tocaba la flauta y con la otra el tambor, el sonido volaba más allá de los cerros. Una escena impactante y ciertamente única cuando se realiza con maestría, se tiene un palo ancestral, una carretilla tan finamente detallada, y una vestimenta tan elaborada como la que vestían aquellos voladores.
La tarde pasó lenta y los colores fueron oscureciéndose con calma liquida. En  el pueblo de los tres corazones flotaba ya un aire de fandango, toda la tarde fue llenándose de huapangueros de diferentes rincones de la huasteca, venían de diversas comunidades de Veracruz, de Tamaulipas, de Querétaro, de Hidalgo, de Puebla y de San Luis Potosí. Era un evento importante, quizá el más importante dentro del mundo huasteco.  Por las calles empedradas se juntaba la gente cuando un trío se ponía a dar gusto a las personas y éstas formaban círculos para zapatear. El fandango aquí, pedir una pieza, tomar la mano, zapatear, guardar la calma, volver a zapatear, seducir, cruzar, ver a los ojos, mantener la mirada, sonreír pero no tanto, sentir la jarana, la guitarra quinta, el violín, ahí, clavándose en los latido del corazón, y sus ojos también fijándose en la mente, quizá en el pensamiento.
Los luceros tildaban, la gente ya entrada en ambiente se aglomeraba en la plaza principal, las tablas eran zapateadas con fuerza, las calles iluminadas por las velas, parecían bailar “el canario”, el concurso comenzó con mucho entusiasmo, había nombres famosos, como los Armonía Huasteca, o Los Camperos del Valle, viejos de mucha experiencia, nobles con las cuerdas, sabios de la melodía y del verseo. Huastecos nacidos en los montes, en los montes nacidos. Arrullados con el correr de los manantiales, crecidos bajo esos cielos azules, con esas nubes extensas, algodonadas. Algodonadas nubes extensas, bajo azules cielos nacidos. Crecidos en la sierra por eso la entienden y la sienten, la cortejan como una mujer, como una mujer serrana, el versero le canta, le canta a la mujer profunda.

viernes, 10 de julio de 2015

Huasteca te Amo (I)

Las nubes bajaron rápido por los cerros y cubrieron con una gasa blanca los árboles. El viento era frío y fuerte. La gente regresaba con paso apresurado a sus casas porque la lluvia ya no tardaba en caer, y con ella las cañadas serían imposibles de pasar. Se atrancaban las puertas y ventanas para evitar que el viento y la lluvia golpearan el interior. Vicente sentado en el banco tenía su violín reposando en su hombro. Su casa era sencilla como lo eran la mayoría de las casa en esos lugares serranos. La bombilla amarilla que colgaba del techo dejaba ver la silueta de su cama de tablas, su cocina de humo, al fondo una mesa con hojas sueltas, la pared de piedra gris y varios recortes de fotos que tenía pegadas en ella. Ahí estaba el sentado al lado de la ventana que dejaba ver el color azul del anochecer lluvioso cayendo sobre las colinas. Tocaba su violín y parecía que la lluvia sincronizaba con sus notas. El viento azotó su ventana y despertó con una pregunta de esa hipnosis en la que había entrado. ¿Cómo es posible que nuestro huapango nos de vida? Se levantó cerró la ventana y la noche pasó lenta. Con el sonido de la lluvia torrencial y los relámpagos estruendosos.
Mientras Dolores venía subiendo por las veredas, el sonido del violín la hizo reír y pensar en Vicente. Lo imaginó sentado bajo la luz amarilla, con los ojos cerrados tocando su música. Se detuvo un momento sin importarle que se mojara, siempre le había atraído la forma particular de Vicente de arrastrar el sonido de las cuerdas. Eran vecinos desde pequeños y siempre compartieron tardes y noches de reflexiones sobre su comunidad, su vida, sus supersticiones, sus historias de brujos y ánimas en pena, sobre cazadores y espíritus que había en las cuevas, en las veredas, en la espesa selva de los cerros, en los árboles, en las piedras, en los arroyos y manantiales, eran hasta cierto punto hermanos, hasta cierto punto amigos y hasta cierto punto pareja. Regresó a su casa preparó la cena y dio de cenar a su padre e hijo.
La luz diurna pasó por  las láminas y daba una sensación de calma, tocaron la puerta, se incorporó, se vistió, se encaminó a la puerta y la abrió. Dolores estaba de pie con una sonrisa y sonriendo dijo: Vienes a desayunar, no te vas a ir sin nada en el estómago. Vicente sonrió también y asintió.
El padre de Dolores estaba ya sentado tomando café, Vicente colocó su violín al lado de la silla y esperó a que Dolores apareciera.
-        ¡Uy qué guapo! No tan arreglado que te van a robar, toma te preparé un poco de comida para que te la comas en el camino.
Vicente tomó la comida, la puso en la mesa. El padre le sirvió café y le preguntó sobre el concurso de Huapango, con voz ronca y fuerte de persona que fuma tabaco silvestre, le comentó que lo había escuchado practicar y que esos valses eran algo tristes y quizá demasiado mágicos, que tuviera un poco de cuidado, su trabajo era más bien para gente entendida en la composición y la música, y que quizá en otros lugares no tendría problemas pero en la sierra quizá podría atraer a ciertos espíritus que podían cambiar su destino, pero aun así le deseó mucha suerte y cuidado en la competencia. Vicente agradeció los comentarios y las observaciones, le comentó que perdiera cuidado porque las notas no tenían resonancia en el mundo de los espíritus, y además la madera de mi violín es de pino, no tiene la fuerza suficiente. Le comentó que para el próximo año prepararía algo más acorde para el fandango y no algo tan melancólico.
Recogió su violín, salió de la casa, echó a andar por la vereda y dejó atrás su pueblo. El camino cruzaba varios cerros antes de llegar al otro pueblo. Tenía un paso firme y rápido, en partes se agachaba debido a los árboles de café, en partes saltaba de piedra en piedra, y había partes en las que los árboles producían un sombra tan espesa y un silencio tan viejo que era necesario saber caminar para no transgredir esa quietud. Bajando una vereda comenzó a escucharse el murmullo del agua. Al llegar al río se detuvo un momento, venía pensando lo que el papá de Dolores le había comentado y pensaba que esos valses más bien habían salido de ahí de la naturaleza, del silencio, del viento, del agua, de la selva, del café, del maíz, de la sierra, de los espíritus con los que uno se encuentra en los caminos y del pensamiento que nos invade cuando uno camina de un pueblo al otro. Alcanzó a ver a lo lejos subir por una pendiente a otros huapangueros, vestían sombrero de palma, camisa clara, pantalón oscuro, huarines, morral al costado, instrumento al hombro, caminar firme y elegante.
Al cruzar el puente del río se sentó en una piedra a descansar un momento y pensó en el esposo de Dolores. Una crecida de río se lo llevó. Él no pudo hacer nada, venía más o menos por donde iban ahora los otros músicos, vio como la corriente venía crecida y cómo estaba el esposo de Dolores pescando distraído, él corrió, gritó pero ya no pudo hacer mucho, la corriente lo arrastro en un abrir y cerrar de ojos. Al día siguiente de la muerte llovió mucho y cuando se enterró el muerto continúo lloviendo, fueron días oscuros y tristes, como suelen ser los días, lluviosos, después de que alguien muere ahogado. Dolores también lloró mucho.

domingo, 21 de junio de 2015

El Borrego I

A la mayoría de las personas les gusta dejar muy claro cuales son sus preferencias, gustos o prácticas de acuerdo al tipo de música, películas, libros, deportes, ocios, aficiones, ideología, religión. Eso les ayuda a acercarse incluso de manera inmediata a otras personas que tienen los mismos intereses y nos hace al mismo tiempo cerrarnos las posibilidades a otras formas de pensar y de ver las cosas.

Hay personas que tenemos una indecisión y desinterés crónicos. Tenemos intereses en común pero no somos tan clavados en nada, no nos gusta andar diciendo que gustos tenemos, o que practicamos tal o cual deporte, religión, o que asistimos a determinados eventos porque queremos cambiar el mundo o queremos ayudar a los necesitados. Con el paso del tiempo, especialmente cuando estás en el extranjero aprendes a dejar esos clusters y se te va haciendo poco relevante ya, congeniar porque te gusta la misma música, ves las mismas películas, lees a los mismos autores o haces yoga todos los días a las 7 de la mañana.

Me identifico más con la segunda forma de relacionarse, y me parece que ir descubriendo poco a poco, en el proceso de formar la relación, que se comparten ciertas cosas pero que eso no es lo más importante para basar una amistad o una relación amorosa, eso es energizante. Aunque muchas veces me pasa la primera forma. Me he dado cuenta que los amigos con los que tengo más resonancia son aquellos con los que no sé si tiene los mismos gustos, o las mismas ideologías que yo, pero hay ese entendimiento que nos liga.

Uno busca sentirse parte del clan aunque tenga que traicionar para eso. Son pocos los que aguantan la soledad del rechazo, y aguantan además, ver como se van segregando del clan. Es un reinicio constante, es indeterminado y es en ocasiones desgarrador.

Apuntes sobre los que les gusta pink floyd y creen que shakira es una mierda.