martes, 8 de septiembre de 2015
Una litografia interminable
Cuando tomas el tren, el camión normal o con a/c y te alejas de Colombo, pienso que es como un viaje por el Edén. Encuentras verdes en todos sus tonos, hasta los que no pensaste que fueran naturales. Luego aparecen ríos por aquí, por allá, de la nada, de todos lados, se van juntando y van haciendose más y más grandes y fuertes, y luego bajan hasta el océano, donde descubres, el azul en todos sus tonos, y que todas sus mareas rodean la isla. Los cielos intensos y negros manchados de incontables motas centelleantes y de esos bichos que brillan en la noche que tienen el delicado nombre de luciérnagas deleitan los ojos. Nubes de todas formas, tamaños y texturas, blancos en todos sus tonos te transportan quizá allá a esos palacios divinos a los que todas las religiones llaman paraísos. A veces el paisaje me recuerda esas pinturas o litografías de esos países inexistentes que traían las enciclopedias, imaginarios. A veces me recuerda a la Sierra. Árboles enormes, viejos, intimidantes, históricos. Montañas y cerros tras cerros, acompañados con té por supuesto, sabores naturales, complejos, históricos. Aromas fragantes, embriagantes, dulces, nocturnos, diurnos, intensos, complejos. La luz entre mediterránea y surreal. Y por supuesto los Tamil en los campos de té recolectando hojas, porque por la tarde pasará el capataz, o los compradores, con sus básculas a pesar los bultos. Y ellos con sus manos fuertes y su sonrisa enérgica, te miran con esos ojos de petróleo, de oxidiana, y esa piel no de ébano sino de teca, dura resistente morena, oscura, y ese pelo negro trenzado, grueso y su frente rematada con su bindi, misterioso, psíquico.
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