miércoles, 30 de septiembre de 2015

Huasteca te amo III

Vicente un poco lejos de la plaza escuchaba con los ojos cerrados las composiciones que ofrecían los huapangueros Hidalguenses, nada mal, pensaba, nada mal. Trataba de adivinar que notas seguirían y se imaginaba tocando el violín y pensaba que lo que él haría sería dejar de torturarlo tanto, es decir hacer más suaves las arqueadas pero sin perder la fuerza, para que el sonido saliera menos tenso, más natural, sentir más al violín. Un viejo sentado en una tamalería al otro lado de la calle lo observaba. Con calma degustaba un sacahuil entero. Tenía su guitarra quinta en la espalda sujetada con un cinturón  gastado de ayate de henequén y piel. Sombrero de palma gastado del ala, pantalones y camisa de manta, sucios y gastados, huarines de tiras gruesas y grades envolvían sus pies maltratados.

Terminó de comer su sacahuil, se levantó con calma, pago con una moneda de plata y avanzó lentamente hacia Vicente. Éste seguía con los ojos cerrados reconociendo las notas y tratando de entender las composiciones. El Hombre se acercó se plantó enfrente de él y le preguntó por su violín, le dijo que le dejara ver qué tipo de violín tenía, que no quería correr riesgos. Vicente le comentó que perdiera cuidado que era un violín sencillo, que no resonaría más allá del mundo de los vivos. Pero que le preocupaba más la guitarra quinta que traía el anciano, podría ser aún más peligrosa. No hay problema de perder los sentimientos, contestó el anciano de  huarines gruesos, ya no construyen instrumentos así, llegan a sensibilizar a las personas pero no van más allá. El sonido es algo que ya perdió fuerza en este mundo, se está haciendo más monótono y vulgar, el ruido de tráfico, los ruidos de máquinas, los ruidos de las grúas, los ruidos humanos, producidos por humanos y máquinas y herramientas inventadas por ellos. No son sonidos hechos por la naturaleza, los crearon y ahora hay que aprender a sufrirlos. Deberías preocuparte más por esos sonidos, que por los sonidos de mi guitarra quinta. Hablas de los humanos como si no lo fueras contestó Vicente. Y no lo soy, repuso el anciano de huarines gruesos, vine para escucharte, me gustan esos valses que compusiste, son poderosos. Supongo que ya sabes que ese violín tuyo no tiene madera para aguantarlos, entiendo porque lo haces y lo respeto.  Vicente examinaba al anciano, su pelo blanco descuidado, sus manos fuertes callosas, su voz grave prudente, su cuerpo no parecía viejo, vio con curiosidad sus pies de andares largos, maltratados grandes y ligeros. Un anciano singular y ciertamente fuera de este mundo. Soy uno de los pocos espíritus que habitamos en las serranías, la gente ha ido perdiendo su fe en nosotros y muchos han desaparecido.

He venido a cuidar de ti, tú sin saberlo has compuesto unos valses huastecos que pueden ser usados para bien o para mal, tu composición está incompleta pues solo las haz escrito las partituras para violín, sin embargo te faltan las partituras para la guitarra quinta y la Jarana. Además aún no tienes la madurez y la técnica suficiente para interpretar esas melodías, pero haz compuesto con maestría esta música. Hay una anciana, que viste falda de lana negra y blusa de manta con bordados de cempaxúchitl, ella trae una Jarana muy especial, hecha por una mano fina de laudero brujo nacido en Santecomapan, crecido en Tlacotalpan, una jarana con esencia sonera pero hecha para el huapango, el artesano creó un vínculo con el instrumento que muchas personas lo confunden con un embrujo. Y que esta anciana, por llamarla de un modo, sabe entender y controlar el instrumento. El cuerpo está hecho de caoba  de una pieza y de ébano el puente, incrustaciones de nácar dan forma al serpenteo del Papaloapan. Ella puede enseñarte a madurar tu sentimiento y tu técnica. Tú entiendes ese verde profundo, ese azul intenso, ese negro estrellado, ese silencio tejido, ese rumor de los ríos, el estruendo de las tormentas, las neblinas, las piedras y sabes cómo transformarlo en melodías que pueden sanar el alma, si se usan bien.

El anciano de huarines gruesos se levantó de pronto y dijo a vicente con voz firme, huapanguero te dejo y me voy sin preocupaciones. Vicente hizo un movimiento para detenerlo pero al instante sintió una palmada en la espalda, el viejo se desvaneció mientras caminaba por empedrado. Vicente volteó el cuerpo y vio unos ojos relucientes, pensó en los luceros y el infinito, los pies le temblaron.  Una voz fuerte pero matizada llegaba de lejos, y el centelleo de esos ojos de bruja le confundió el espíritu. Una anciana de cuerpo fuerte le habló y el cómo regresando de mareo, el sonido fue llenando sus oídos y su cuerpo recuperaba su fuerza. Tus valses desvelan tu amor y tu tristeza, no tienes por qué forzar más  el sentimiento, no hay que exagerarlo, es sutil y poderoso por naturaleza. Hoy cuando te subas a convidar tu música recuerda eso. Vicente se quedó con la pregunta en el aire, pues vio desaparecer a la anciana con una sonrisa de media luna y sus ojos de brillo singular.
Vicente se dio cuenta que a pesar de estar un poco lejos de la plaza el sonido había desaparecido por completo, las personas pasaban sin notar su presencia y que al desaparecer los dos ancianos, lentamente regresó al mundo de los humanos como si traspasara una gasa que lo separaba de los dos lugares. Se sentó un momento a recapitular lo que acababa de pasar y no pudo sacar una idea clara. Quiénes eran esos ancianos, espíritus o lo que sea que fueran, cuál era realmente su propósito, por qué traían instrumentos tan finos y tan vivos, cómo es que han escuchado mis valses y los entienden mejor de lo que yo puedo ver, además cómo completar la composición para los tres instrumentos. Su mente estaba llena de preguntas, y pensó que el papá de Dolores era un viejo de madera fina, que había leído bien profundidad de esta música, pues efectivamente sus valses atrajeron espíritus que le cambiaron su destino, o al menos el destino que él tenía pensado.
Se dio cuenta de que era ya tarde para regresar a casa, y que volver a su pueblo ya era peligroso, también se dio cuenta de que no se sentía con ánimos de tocar sus valses, sentía mucha hambre y escalofríos le recorrían el cuerpo, sin fuerza caminó hasta la misma tienda de donde había salido el anciano de guarines gruesos y pidió un Sacahuil y café. Pensó en Dolores y en sus pies, le gustaba mucho su forma, suaves, ligeros, fuertes, los imaginó andar por las veredas, las cañadas, mojarse en el río.

Terminó de comer y se quedó dormido de cansancio en la mesa. Mientras dormía un extraño con una cabeza muy grande se acercó y puso unas gotas en sus labios. Pasaron unas horas, la dueña de la tienda de tamales  le dio unos golpecitos y lo corrió.

Sin saber cómo Vicente se acercó al escenario tomó su violín y comenzó a tocar sus valses, la gente enmudeció, un viento fresco y fuerte con fragancia de flor de huele de noche corrió por las calles. Se formó un silencio como si todo callara, una jarana acompañó la melodía, enseguida el sonido de la guitarra quinta se escuchó por otro lado, y todo parecía como si la música saliera de la atmósfera misma, suave, penetrante, hipnótica. Vicente sin seguir dándose cuenta de lo que pasaba pues había entrado en un trance, quizá su mente lo llevara por los elementos de la sierra, quizá entrara en ese mundo espiritual, quizá simplemente sentía una energía que tomaba posesión de él, no sabemos, pero él escapaba con esos valses huastecos. El sonido de los otros instrumentos acentuaron su ligereza y pasó entre arqueada y arqueada a soltar sentimientos en las notas, había de todo tipo de sentimientos, alegres, tristes, de enojo, de calma, indecisos, misteriosos, indefinidos, de miedo, de amistad, de amor, de traición, de sacrificio, como si estuviera buscando ese sentimiento que estaba en el rincón de una biblioteca en las líneas de un libro polvoso, o en la historia de una anciana derrotada por la vida, sentada en una calleja esperando su destino. La gente comenzó a tener un poco de miedo, porque no sabían que pasaba con ellos, con ese silencio extraordinario y ese sonido tan envolvente, pero sobretodo no sabían que pasaba con sus sentimientos, no sabían que sentían, y comenzaban a llorar, a reír, a gritar, a correr. Hubo un momento de histeria colectiva. La jarana y la guitarra quinta pararon inmediatamente, y el viejo de huarines anchos, se abrió paso entre la multitud, caminó como un espectro entre la gente subió al escenario y le dio un golpecito en la frente a Vicente. El huapanguero despertó y la anciana con blusa de cempaxúchitl bordados comenzó a tocar otra melodía, mezcla de son veracruzano y huapango. La gente regresó también de su hipnosis, las notas de la anciana los tranquilizaba y les inyectaba una paz que se les subía por el cuerpo con un hormigueo. El anciano de huarines anchos tomó al huapanguero y lo sacó del escenario, lo condujo al kiosko y le dio a tomar una bebida de hierbas. ¿Ahora entiendes por qué son peligrosos esos valses? No pude controlar mi cuerpo y tampoco mis sentimientos, mis emociones salían no sé de donde, y se me escapaban. Perdiste el control del cuerpo porque alguien te poseyó.

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