miércoles, 17 de diciembre de 2008
De algún ejano rincón
¿Cómo estas? va diciendo en voz alta un sr. de cabello verdoso al que todo el mundo conoce como el confitón, mientras sube las escaleras del edificio 0x01 Esa pregunta le sonó austera, sencilla, pensaba como demonios había gente que siempre tiene el comentario adecuado, certero. Al mismo tiempo se preguntaba ¿Cuál es el comentario correcto? ¿Es simplemente intentar conversar? Tenía una cita en el piso 0x0C con una mujer que tenía tiempo que no veía. Recordaba con un vaho de tristeza los días en los que perdió toda esperanza de hacer algo con ella. Todo el tiempo trataba de convencerse que fue el destino lo que hizo que no estuvieran juntos. Sus ojos expresaban el temor que le oprimía el pecho, el temor de no aprovechar quizá su última oportunidad. ¿Cómo comenzar la conversación? Toda la tarde se había pasado imaginando escenarios. Me va a abrir la puerta, y sus ojos directo a mis ojos, como la primera vez que entró a su casa, entonces trataremos de reconocernos, trataremos de encontrar ese algo que justifique nuestra emoción y nuestro encuentro, pero, si no pasa eso, si nos vemos y de pronto el momento me hace verla de otra manera, no de la forma en que quiero verla. Como si de pronto la viera con un vestido teñido de comentarios falsos. ¿Qué, y si de pronto el silencio tan inestable nos incomoda? Porque no todos los silencios son siempre buenos, hay que saber hacer el silencio. Estaba seguro que por más que la gente hablara y la devorara, ella no era culpable de nada. ¿Cómo podía serlo? acaso uno es culpable de nacer tal día, en tal familia, con tal enfermedad, con tal demencia, con tales preferencias, con tales lujos. La cara grasienta con aspecto mohoso, se contrae con los pasos que va dando, mientras llegan a su mente imágenes secuenciales y aleatorias del momento en el que el padre de ella la golpeaba, no más por puro gusto dijo ella tiempo después cuando le contó “todo”. Él en el departamento de al lado, escuchando el grito ahogado y el alboroto de los muebles. Se sentía impotente, tantas veces se había sentido así, salió del cuarto, tocó con fuerza la puerta, pero no hubo respuesta. Sin saber lo que hizo, de pronto estaba encima del padre golpeándolo con saña, volteo la mirada y ahí estaba ella con dos perlas bajo sus inmensos ojos negros y amoratados. Llego a la puerta, dio tres toquidos suaves y esperó sintiendo el corazón latir, ella abrió la puerta, sonrió y dijo: ¡Qué bueno que viniste, ya te esperaba! Entonces atinó a decir ¿Cómo estás?
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