Y derponto te comes a la luna y la vomitas y sientes como tus narices se llenan de piedras blancas y de un sabor a cal, tus perlas que llevas por ojos sonrien en el recuerdo, allá en los lejanos días a los que entramos cuando aquella puerta de la entrada estaba abierta, tiempos a los que quizá sólo tengamos acceso en la metáfora. Las piedras blancas que escupes te hieren los labios y de cada herida brotan palabras que los van sanando, palabras que quiza son expresadas en los anhelos de los labios y de las manos y de los sexos y de la piel. Con suerte algún día esa puerta se abra con un grito, con un latigazo verbal, con la mirada llena de magma que derrita a la máscara que nos cubre el rostro, o quizá con un beso de alambre de púas que desgarre las paredes que envuelven aquello que llamamos sentimientos. Entonces los recuerdos que habitan en tus ojos ya no exitirán, entonces sólo tendrán la sensación de que sonreían. Pero la luna no puede comerse, menos mal que esté tan lejos.
¡Je! ¡Qué cosas se imagina uno a veces!
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